En estos días en que estamos en pleno desarrollo del año escolar 2025 me permito insistir en la necesidad de avanzar hacia una escuela con calidad educativa, es decir, que sea interactiva y creativa. Y para tal fin, lo primero que debe quedar claro es que el maestro no es un guía ni un modelo. Debe ser un mediador educativo con su desempeño profesional en los procesos y acciones de sus alumnos en las más variadas situaciones de aprendizaje (clases). Es decir, debe dejar de lado las metodologías enciclopédicas y memorísticas, así como las instruccionales y conductistas que solo les dan importancia a las respuestas previstas de los educandos sin importar los procesos cognitivo-intelectuales y socioemocionales que se producen interna y externamente en los procesos de enseñanza aprendizaje.
Por otro lado, es necesario que el profesor asuma un enfoque didáctico interactivo entre los estudiantes y diferentes recursos pedagógicos: libros, cuadernos, apoyos experimentales, ayudas audiovisuales, medios virtuales, así como los saberes de los propios alumnos en una interacción individual y grupal
Para el efecto, es indispensable terminar con la costumbre aún existente en algunas cadenas de colegios de que el currículo sea hecho por “unos” y desarrollado por “otros”. Desde luego, debe ser diseñado y desarrollado por el mismo educador. Es más, para que las estrategias sean creativas deben combinarse la exploración, la originalidad, la curiosidad y la criticidad. Y esto no es nuevo. La escuela interactiva y creativa tiene su génesis en la visión futurista formulada por Dewey quien planteó, hace más de 120 años, que el currículo no debía organizarse en función de la lógica de las disciplinas, sino teniendo en cuenta las experiencias de aprendizaje.