En el Perú de hoy, la voz más lúcida puede surgir no desde un escaño del Congreso ni desde la tribuna de Palacio, sino desde un aula de un colegio público. Eso fue lo que ocurrió en Talara, Piura, cuando un estudiante del colegio Ignacio Merino tuvo frente a sí a la presidenta Dina Boluarte y, con respeto y claridad, le dijo lo que millones de peruanos quisieran expresar: que la clase política ha perdido el rumbo y que el pueblo, especialmente los jóvenes, espera mucho más que discursos vacíos.
“Es hora de un verdadero cambio, de un compromiso real con las necesidades de nuestro pueblo”, reclamó el escolar. No hubo insultos ni demagogia, solo la genuina frustración de una generación que no encuentra en sus gobernantes la altura que exigen los tiempos. Pero en vez de escuchar, procesar la crítica y responder con visión ante la terrible situación que atraviesa el país, la presidenta eligió el camino fácil: el de la confrontación. Tildó de “rajones” a quienes la critican y acusó de deslealtad a los sectores que, legítimamente, cuestionan su gestión.
Así, la mandataria desperdició una valiosa oportunidad de construir puentes y demostrar que la democracia no se reduce a la administración del poder, sino que requiere humildad, escucha activa y diálogo. Llamar “rajones” a los ciudadanos es más que una torpeza comunicacional; es una muestra del desprecio por el disenso y de una visión autoritaria que parece no comprender la esencia del servicio público.
Quien preside un país no puede vivir en una burbuja alimentada por aduladores y asesores complacientes. Si incluso los escolares perciben la desconexión entre el gobierno y la realidad nacional, es urgente corregir el rumbo.