Los olvidados y abandonados llegan a Lima a exigir la misma agenda política de Pedro Castillo y su golpe del 7 de diciembre: Cierre del Congreso, prontas elecciones y nueva Constitución. Le agregan el odio y el rencor contra los blanquitos y contra Lima, instigados paciente y sistemáticamente por el expresidente, su premier, sus prefectos y subprefectos con ayuda de las Betssys y los Bermejos. Castillo no supo gobernar, pero sí subvertir. El asunto no es ideológico, es irracional. No inteligente, emocional sin controles ni filtros, pasional y destructivo. Las cúpulas violentistas aprietan la tecla para que las turbas no se detengan. Su menor preocupación es el estado de derecho que no puede esperar a que agonicen pueblos enteros hambreados por los bloqueos, con policías amenazados en sus vidas y las de sus familias, con la extrema crueldad de una guerra infraterna, sin diálogo ni entendimiento. Que vengan al Perú los presidentes que reclaman por una dictadura que viola derechos humanos y que las congresistas que estimulan la masacre, protegidas por sus guardias personales y comiendo tranquilas, se pongan al frente de la protesta, que se compren el pleito de verdad. El Estado se defiende o deja que se destruyan vidas, territorio, instituciones, propiedad privada y pública. Cuando los bárbaros atilas que nos manda la muerte se enseñorean para sembrar dolor ¿Podemos esperar? La Policía Nacional y las FFAA han decidido salir juntas a desbloquear carreteras y recuperar calles. Ojalá la presencia del Ejército fuera solo disuasiva, pero en una guerra todo puede pasar y al final hay siempre escombros y miles de vidas destrozadas. Este precio es demasiado alto para el necesario cambio social. Si las congresistas Bazán y Luque piensan diferente que se pongan al frente de las protestas. Podrían salvar al país.

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