Pedro Castillo y compañía no saben el daño que le han hecho a la educación del país con su violenta huelga de 75 días. Bueno, sí lo saben, pero su afán de protagonismo político los cegó, al punto de no advertir que el Minedu había cedido casi hasta la genuflexión.

¿O el profesor chotano va a negar que esa caída de película que protagonizó en la avenida Abancay, al grito de “tírate” de un secuaz, fue una burda inmolación por el magisterio? Claro que lo negó, alegando que lo que escuchó fue: “Retírate”. Ja, ja, ja. Que lo pongan como maestro de teatro.

Me pregunto, además, si en cualquier otro país, donde impere la ley y se custodie la sagrada formación de los niños, este señor -que tuvo en jaque a la capital con sus diarias protestas- andaría mondo y lirondo, libre y, por si fuese poco, amenazando con volver a propiciar el caos porque “la lucha recién empieza”. El tufillo belicoso y político está precisamente allí, para beneplácito de los grupetes radicales.

Las cosas claras: esto fue un atentado contra cerca de dos millones de alumnos de los colegios públicos del país, que se quedaron sin recibir clases, y tiene que primar una aleccionadora sanción, empezando por hacer prevalecer el descuento de remuneraciones y el despido de los docentes faltones.

Ahora que Pedro Castillo está en retirada, aunque no con el rabo entre las piernas, es momento de que el Gobierno empiece a lavarse la cara en este tema y, con o sin Marilú Martens, imponga la autoridad y la capacidad de decisión que no exhibió durante las manifestaciones de un Sutep que se ha convertido en un monstruo de varias cabezas.