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Luego de ir al Mundial Rusia 2018 y tocar el grado máximo de satisfacción después de 36 años en el ostracismo futbolístico, los peruanos queremos mantener ese statu quo a como dé lugar y cualquier revés nos tira al piso y lloramos a mares.

Por ejemplo, ahorita mismo nos invade la frustración y queremos cortarle el cabello a Ricardo Gareca por no haber podido ganarle a Venezuela y complicar las aspiraciones de cumplir un papel protagónico en la Copa América de Brasil.

A este fenómeno, en términos psicológicos, se le conoce como “efecto BIRG” (Basking In Reflected Glory: Complacencia en la gloria reflejada), que no es otra cosa que enloquecer ante una victoria (tomándola como propia) y hacer bilis frente a una derrota (desencanto total con el mismo efecto de pertenencia).

“El poder del fútbol mueve millones de masas y genera estados emocionales tan potentes que el resultado de un equipo es capaz de originar llanto tanto de tristeza como de alegría en cualquier aficionado”, dice la psicóloga española Patricia Villanueva, radiografía que calza perfectamente con la idiosincrasia pelotera peruana.

“Llamen urgente al psicólogo que acompañó al equipo en las Eliminatorias”, leo en las redes sociales. Y es que hay un miedo terrible a que volvamos a la nada. Que otra vez seamos parte del montón y del baile de los que sobran.

Pero aceptemos que el hincha también necesita un refuerzo mental. ¿Qué fue del “porque yo creo en ti” o del “cómo no te voy a querer”? Se desvanecieron como los goles que nos anuló el bendito VAR. E igual requerimos que Gareca vuelva a ser “El Tigre”, porque últimamente le faltan garras.