“Este terremoto no estaba dentro de los planes de mi gobierno”, dijo Sebastián Piñera, entonces presidente de Chile, luego del demoledor sismo que sacudió a su país el 27 de febrero de 2010. Los peruanos no debemos caer en esta fatídica política de inacción frente a la latente posibilidad de un gran movimiento de tierra, ya que todo indica que las consecuencias serán catastróficas.

Una verdad escrita y que difunde el Instituto Geofísico del Perú es que “los terremotos no matan personas, solo sacuden el suelo con mayor o menor intensidad. Las personas mueren porque las estructuras colapsan”. En buen romance, quienes le dan la espalda a eventos como el reciente simulacro nacional de sismo y tsunami y desoyen las recomendaciones para que construyan sus casas con el material adecuado, supervisión técnica y sobre suelo seguro, simplemente están jugando con su vida y la de los que los circundan.

En el simulacro del último viernes, salvo el alcalde Luis Castañeda Lossio, que salió a la Plaza de Armas, autoridades como el presidente Ollanta Humala brillaron por su ausencia en la foto, dejando entrever que mayores son las preocupaciones por los terremotos políticos con epicentro en el penal de Piedras Gordas que por instaurar una campaña transversal con incidencia en la prevención y sensibilización.

Ayer se cumplieron 45 años del terremoto de 7.8 grados que sepultó Yungay, en Áncash, y en recuerdo de las víctimas que quizá nunca se enteraron de que estamos a merced del Cinturón de Fuego del Pacífico, por lo que deberíamos ser más responsables con el destino del Perú.