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En nuestro país se ha instaurado la política de las cosas “bamba”, “truchas”, plagiadas. Y hay quienes disfrutan de ejercerla porque tampoco existe una respuesta punitiva que la reprima. Yo bambeo, tú falsificas, él copia... y no pasa nada.

Pruebas al canto. César Acuña plagió gran parte de su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid y, ¡oh sorpresa!, ya está limpio de polvo y paja. Seguro que lo mismo va a ocurrir con la apropiación que hizo del libro del profesor Otoniel Alvarado.

El Parlamento también es semillero de estos casos. Además del congresista “copy-paste” Elías Rodríguez, ahorita mismo 42 padres de la patria están bajo la lupa de los jurados electorales por “incongruencias” en sus hojas de vida. Y a pesar de todo, el fujimorismo, secundado por el aprismo, quiere aumentar el número de legisladores.

El propio lenguaje político se ha vuelto falso, trastocado, lejano de la fidelidad a la palabra empeñada. ¿Se acuerdan de “agua sí, oro no”? El conflicto en Las Bambas tiene su desencadenante precisamente en el floro made in Azángaro.

Por si esto no fuera suficiente, y ya a manera de anécdota, el congresista Segundo Tapia colgó en su cuenta en Twitter un registro migratorio falso del exasesor presidencial del “negociazo” Carlos Moreno, haciéndolo fugitivo en las playas de Fidel Castro.

Y, bueno, después de todo, esta no es la primera vez que un “naranja” recurre a las redes sociales con imágenes falsas, con la evidente intención de enervar los ánimos. ¿Recuerdan las fotos trucadas de Verónika Mendoza durante la última campaña electoral? ¿Quién las difundía? Los troles. ¿Y quién las retuiteaba? Sí, tal cual.

No podemos acostumbrarnos a la “cultura” del plagio. Si no con qué cara nos quejamos de la corrupción y de la delincuencia. Un poco más de consecuencia.

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