Cuando en abril de 2005 el alemán Joseph Ratzinger fue designado como Sumo Pontífice, la portada del diario berlinés Tageszeitung fue tajante: “Ratzinger Papa, uy Dios”. No era una bienvenida afectuosa, sino una expresión de alarma. Las críticas al entonces Benedicto XVI no tardaron en multiplicarse: su pasado en la Segunda Guerra Mundial, su participación en las juventudes hitlerianas —aunque obligatoria— y, sobre todo, su férrea postura conservadora en temas como la homosexualidad, el uso del condón y el rol de la mujer en la Iglesia Católica, marcaron un pontificado riguroso y distante para muchos.

Ayer, en cambio, la portada del diario italiano Il Centro ofreció una imagen diametralmente opuesta. Una ilustración del nuevo Papa León XIV —Robert Prevost— lucía una bufanda con los colores del arcoíris sobre un fondo con la bandera peruana y montañas andinas. “El misionero de la paz”, tituló el medio. La sumilla no dejaba dudas sobre el perfil del nuevo pontífice: “El desafío del Papa Prevost: un americano criado en el Perú... el más anti-Trump de los cardenales: no quiere aranceles, repudia la guerra y la carrera armamentista”.

Dos formas de conducir a una de las instituciones más influyentes del planeta. Lo que está en juego no es solo la interpretación de dogmas o la administración de una fe milenaria, sino el impacto real que estas figuras tienen sobre millones de vidas. Porque los papas, más allá de sus discursos, influyen en el rumbo político, económico y social de muchos países.

Lo sabe bien el Perú. El periodista Federico Prieto Celi relató alguna vez que, durante la visita del papa Juan Pablo II a Villa El Salvador en 1985, el Sumo Pontífice declaró que ese pueblo tenía hambre de pan y de Dios. La frase fue tan potente que provocó una reacción inmediata del entonces presidente Fernando Belaunde, quien dio marcha atrás a un alza del precio del pan (en ese tiempo el Gobierno fijaba los precios de los alimentos). Un gesto que muestra cómo la palabra del papa puede mover decisiones concretas cuando se conecta con el pueblo.

El nuevo papa se siente un peruano más y ha sido enfático en sostener que el Estado tiene que cumplir un rol fundamental en la defensa de los más vulnerables. Además ha sido crítico con algunas decisiones presidenciales. Incluso le pidió a Alberto Fujimori que pida disculpas a los peruanos y condenó las muertes en las protestas contra Dina Boluarte. Ha dejado en claro que no es indiferente a las injusticias

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