Ayer, 7 de junio, los peruanos recordamos la gesta de la Batalla de Arica, donde Francisco Bolognesi, junto a su Estado Mayor de 13 altos oficiales, y con ellos cerca de 1900 combatientes, salvaron el honor nacional al decidir defender la Plaza antes de que caiga en manos del ejército chileno con 6000 hombres. | Dos días antes, el inmortal Bolognesi había dado respuesta al emisario Salvo, cuyo tenor pasó a las páginas de la historia al mandar decirle al jefe chileno Baquedano: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. A Bolognesi no le importó su vida, solo la patria. En la víspera de la batalla envió una misiva a su esposa María Josefa diciéndole: “Nunca reclames nada, para que no crean que mi deber tuvo precio”. Tenía claro que lo que hacía estaba fundado en el supremo amor a la patria. Pero Bolognesi era humano y por eso en la carta añadió: “¿Qué será de ti, amada esposa, tú que me acompañaste con amor y santidad?, ¿qué será de nuestra hija y de su marido, que no me podrán ver ni sentir en el hogar común? A Bolognesi lo entristeció la falta de unidad de nuestra clase política y hasta la traición y lo recordó a su amada: “Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapaz conducta la sentencia que nos aplicará el enemigo”. Se había referido a Agustín Belaunde que abandonó al ejército peruano apostado en el Morro, en señal de cobardía y arribismo. El país lo declaró traidor a la patria. Junto a Bolognesi se hizo grande Alfonso Ugarte que prefirió lanzarse al abismo antes de permitir que nuestra bandera caiga en manos del enemigo. Ejemplos para toda la vida.