La cumbre del G20 que reúne a las 19 economías más prósperas del planeta más la Unión Europea se reunieron en el Centro de Convenciones de Brisbane, en la costa oeste de Australia. Todo iba bien hasta que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, abandonó la reunión internacional para no participar de la cena que con tanto esmero había preparado el anfitrión, el primer ministro Tonny Abbott. ¿Cuál fue la razón de esta determinación? La avalancha de críticas que en la víspera cayeron sobre Putin por la intromisión de Moscú en el asunto de Ucrania, que lo agravó y que hasta ahora no puede lograrse un espacio de luz para una solución a un asunto dilatado en todo lo que va del 2014. No es una buena señal la actitud de Putin. La intolerancia en un jefe de Estado es fatal y puede desnudar una lectura más clara del manejo o conducción que ha tenido Rusia sobre sus reales aspiraciones sobre Ucrania, donde no ha escatimado un solo minuto desde que estalló todo el problema en el mes de febrero de este año con la caída del entonces presidente y aliado suyo Viktor Yanukovich. La acción persistente de Moscú está centrada en no perder un solo espacio de influencia sobre los países de la región y aprovechando la vulnerabilidad de Ucrania llegó incluso a promover la ratio autonómica de la península de Crimea a la que sin desparpajo terminó incorporando a Rusia en calidad de anexada, violentando las reglas y principios del derecho internacional más elementales. La comunidad internacional a través de la Organización de las Naciones Unidas declaró a la referida anexión de ilegal y esa es su condición hasta que el asunto pueda ser aclarado. Sin un ápice de tolerancia de Putin, no habrá salida al problema de Ucrania.