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El 28 de julio de 2018, ante el descalabro institucional del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), como una de las siete urgentes medidas para detener la gangrena mortal que corroe al sistema de justicia, el presidente Martín Vizcarra anunció que sometería a referéndum la reforma constitucional que eliminaba el CNM y creaba la Junta Nacional de Justicia (JNJ). La medida le generó algunos aplausos y fue la primera de las consultas aprobadas por el voto popular, dicho sea de paso, de forma contundente. La propuesta, sin embargo, no era una transformación meditada y extraída entre los rigores de la planificación. No se gestó desde una teoría comprobada en los registros de la enciclopedia jurídica o desde los cánones de la erudición. El CNM había naufragado, ciertamente, pero la garganta del Gobierno de Martín Vizcarra estaba sedienta de los vítores del referéndum; y el Mandatario, obnubilado por las fanfarrias de las galerías, confió en que la idoneidad de los comisionados y el mecanismo del concurso público de méritos eran suficientes para curar todos los males, deshacer los hechizos y desterrar las taras eternas que han desdibujado los sistemas de selección de centenares de cargos estatales en el país. En los días previos a todas las propuestas que hizo el Presidente aquel 28 de julio, ni su bancada ni muchos de sus ministros ni la mayoría de sus funcionarios sabían de sus planes soterrados, que aparecieron como naipes escondidos bajo la manga de los fuegos artificiosos de la improvisación.

Ayer se cumplió una nueva función de esa tragicomedia con la suspensión de la designación de Pedro Patrón Bedoya -el único miembro que pasó la selección de 104 candidatos- por un caso de falsedad ideológica, y nos reiríamos si ello no demostrara las carencias de un Gobierno decadente y la exposición al ridículo de una comisión. La política del caballazo, del aquí mando yo, tarda pero rinde frutos, trastoca los objetivos, pisotea las dignidades, impone su ley. Ayer fue con la reforma de la justicia, hoy con la reforma política. Mañana, esperaremos si sobre la cabeza de los egos palaciegos se sigue posando una corona de rey.