La denominada ciudad cultural y primaveral se ha vuelto pues compleja y problemática, desordenada y caótica, y lo que más me llama la atención es que los trujillanos lo hemos permitido. ¿Por qué?
La denominada ciudad cultural y primaveral se ha vuelto pues compleja y problemática, desordenada y caótica, y lo que más me llama la atención es que los trujillanos lo hemos permitido. ¿Por qué?

Acabamos de celebrar el aniversario de la fundación de y la conmemoración vale para pensar cuál es el camino que va tomando la ciudad. La denominada ciudad cultural y primaveral se ha vuelto pues compleja y problemática, desordenada y caótica, y lo que más me llama la atención es que los trujillanos lo hemos permitido. ¿Por qué?

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Muchos no lo recuerdan o no lo saben. Y no sé por qué en los colegios no lo enseñan. Pero hace algo menos de un siglo la ciudad de Trujillo ardió en una revuelta sangrienta y salvaje. Si hoy creen que el sur peruano es violentista y radical, no sé qué hubieran pensado en esa época de Trujillo y su revolución gestada por el Apra, ese partido que, según el oficialismo, era ilegal, terrorista y comunista. Y sí: el Apra era perseguido por la dictadura de entonces.

Pues ahí está la historia para que la consulten. El aprismo trujillano atacó y tomó el cuartel O’Donovan, y luego se desató el fuego y la sangre por toda la ciudad. Se habla de que los apristas asesinaron cruelmente, enfermizamente, a los militares que habían apresado, pero otras versiones cercanas al Apra indican de que no fue así, sino que hubo distorsiones para “terruquear” y deshumanizar aún más al partido de Haya (que por esos días estaba preso).

Lo cierto es que hubo incluso un bombardeo por aire y tierra sobre Trujillo. Y el gobierno militar de Sánchez Cerro reprimió con igual o mayor violencia aún: fusiló de modo extrajudicial a cientos de apristas e incluso no apristas en Mansiche y en las ruinas de Chan Chan. Se le llamó el año de la barbarie. Y lo fue.

¿Fue eso lo que curó para siempre a los trujillanos?, me suelo preguntar. Porque de ese tiempo a esta parte la ciudad se volvió conservadora y resignada. Tibia e indiferente. No es que uno espere que los trujillanos salgan a tomar comisarías o salgan a tirar piedras, pero vivimos en una ciudad que se ha ido degenerando paulatinamente y a los trujillanos eso ni les interesa. Los trujillanos lo han permitido; los trujillanos lo hemos permitido. Eso sí, somos una ciudad de emprendedores, formales a informales, una ciudad cada vez más cara y siempre ostentosa de sus movimientos económicos.

Y por eso somos también una ciudad donde cunde la delincuencia y donde la cultura solo se sobrelleva a través de islotes, de esfuerzos insulares de gente que aún apuesta por ella. No hay, sin embargo, una política cultural propiamente dicha que nazca de sus autoridades.

En fin. Como lo decía al inicio: en el aniversario de la fundación de Trujillo toca hacer muchas reflexiones.