La isla de Little Saint James, ubicada en las Islas Vírgenes de los Estados Unidos, fue desde 1998 propiedad del judicialmente declarado pederasta Jeffrey Epstein. La paradisíaca y apacible isla, se convirtió en una fortaleza del desenfreno sexual.
Los gravísimos actos de corrupción de menores y las relaciones que el magnate sostenía con celebridades y personalidades políticas relevantes, son la nota sobresaliente de la lista de Epstein, documento recientemente desclasificado por la Justicia de los Estados Unidos. La pérdida de la vergüenza, la búsqueda de placeres sin límites y carentes de escrúpulos, y el dejarse arrastrar por las pasiones desordenadas, fueron los rasgos característicos de los criminales sexuales en la isla privada.
The New York Times, sostiene que “los materiales comprenden en gran medida mociones legales y fragmentos de testimonios brindados por denunciantes que describen en detalle cómo Epstein había abusado sexualmente de ellas”. La reflexión sobre el imperdonable caso nos lleva a comprender que la perversión se vuelve concreta, se hace realidad, ¡que el hombre marcado por la lujuria incontrolada, es capaz de convertirse en el más perverso de todos! En el Perú, el grado de perversión es aún mayor.
La portada del martes pasado, del diario El Comercio, es escalofriante: Más de 3.000 personas fueron víctimas de mafias de trata con fines de explotación sexual en el 2023, de las cuales alrededor de 753 fueron menores de edad. ¿Qué consuelo hallarán las víctimas, injustamente despojadas de su dignidad? Una mirada escatológica puede servir de consuelo: ¡Los abusadores no se sentarán a comer en el banquete junto a sus víctimas, como si nada hubiera ocurrido!