Los programas y planes del Gobierno parecen tener la caducidad de un yogurt. En menos tiempo del que toma ver resultados tangibles, ya han desaparecido iniciativas como Wasi Mikuna y, más recientemente, el Cuarto de Guerra. Ambos esfuerzos, presentados con bombos y platillos, terminaron siendo ejercicios fallidos que evidencian el desgaste y la falta de visión de la actual administración.

El caso del Cuarto de Guerra es especialmente revelador. Lejos de ser una estrategia efectiva para enfrentar la creciente inseguridad ciudadana, se convirtió en una plataforma propagandística. La presidenta Dina Boluarte apareció en 23 ocasiones rodeada de ministros, militares y altos mandos policiales, transmitiendo una imagen de control que contrastaba brutalmente con la realidad. Aseguraba que todo funcionaba a la perfección y que la delincuencia tenía los días contados, cuando en verdad el panorama iba en sentido contrario.

Los datos hablan por sí solos. Entre el 18 de marzo y el 6 de abril, se realizaron 3,805 detenciones. Sin embargo, solo el 2.63% correspondían a extorsionadores, secuestradores o asesinos. Es decir, los objetivos reales del plan quedaron prácticamente intactos. Esta desproporción entre los anuncios oficiales y los resultados concretos evidencia un fracaso rotundo.

La falta de impacto del Cuarto de Guerra no solo se refleja en las cifras, sino también en la percepción ciudadana. Mientras el Ejecutivo se centraba en discursos y apariciones, la delincuencia seguía avanzando.