La idea de “nueva normalidad” que está siendo promovida globalmente nos permite replantear muchos de los usos de nuestra vida y dar un salto cualitativo. Ciertamente cuando la cuarentena acabe nos enfrentaremos a un mundo cuyas reglas han cambiado. Un cambio de entorno implica un cambio de reglas. También un cambio de actitud del jugador que emplea esas reglas. Pero la naturaleza humana de ese jugador no cambiará.

En efecto, el ser humano que saldrá a las calles a combatir el virus y construir “la nueva normalidad” será el mismo que ha superado guerras, catástrofes, muerte y destrucción. Es el mismo ser humano que ama, lucha, reza y construye. La nueva normalidad no parte de cero. Será tributaria de la rica historia del ser humano, una historia de resistencia e imaginación. El espíritu humano se eleva sobre la dificultad, vence la oscuridad y es capaz de preservar lo más sublime que nace de la civilización. La “nueva normalidad” no destruirá el espíritu humano. Se presenta ante nosotros una oportunidad única para elevar la crisis de valores de nuestro tiempo, para ejercitar la solidaridad, la búsqueda de la verdad y el desarrollo del bien común.

Como es natural, se trata de un desafío gigantesco. Pero el ser humano se ha enfrentado a encrucijadas igual de perentorias, a maleficios históricos. Dios no nos abandona nunca. Superaremos esta crisis y la nueva normalidad, para los que tengan oídos y oigan, será una oportunidad de crecimiento y maduración. Tras la enfermedad y la derrota, finalizado el tiempo de prueba, lo que importa, lo que de verdad importa, seguirá allí, a nuestro lado: la familia, los amigos, el verdadero Amor.