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El audio difundido la tarde de ayer podría haber logrado su objetivo. Hasta el domingo, PPK tenía el juego de la vacancia virtualmente ganado. Sus expresiones y la de sus adláteres, como Meche Aráoz y Gilbert Violeta, trasuntaban un triunfalismo elocuente y su contabilidad estimaba alrededor de 45-50 votos en contra o por la abstención; pero no se esperaban la bomba de ayer. Fue la jugada maestra de Fuerza Popular en la que el inocuo Peruanos Por el Kambio cayó mansito: les sembraron un topo. Es evidente que se trató de una celada, aunque es también cierto que esas tratativas existieron en todos los niveles, que fue una práctica ruin y que fue de esa forma que Kuczynski salvó la primera vacancia. Lo peor de todo es la sensación nauseabunda que dejan estos diálogos en los que imperan la coima subrepticia, el negocio sucio, la trampa y el trato bajo la mesa. Es en ese nivel en el que se mueve la política peruana desde antes de los tiempos de Odebrecht, cuyas prácticas -se demostró ayer- no han cambiado nada. Más allá de la vacancia de mañana, se vaya o no PPK -hoy es más claro que merece irse-, seguirá respirándose en el firmamento una atmósfera fétida, una proclividad al anarquismo, una necesidad de gritar “que se vayan todos”. Hemos pasado de “la plata llega sola” a “la plata llega fresquita”. De izquierda a derecha, de norte a sur, de polo a polo, la corrupción barre con las ideologías y desenmascara a una clase inmoral, impregnada de pus y podredumbre, y que urge de una renovación absoluta. Una nueva y sobre todo limpia hornada política no es algo que pueda surgir por generación espontánea, pero bien podría empezar mañana.