La política no es sucia. Todo lo contrario, es una tarea limpia y virtuosa. Es de todos, para todos y con todos. Es la manera más eficaz de procurar el bien común y participar en la vida cívica de la nación. El mal uso que se hace de ella no le resta legitimidad ni efectividad como senda segura de lucha contra la pobreza, la inequidad y la corrupción.
No hay tiempo que perder. El viento sopla a nuestro favor. El momento electoral se avecina. Que nos encuentre preparados, prestos a distinguir entre lo mismo o peor, de los nuevo y valioso. El abuso que se ha hecho de la confianza ciudadana nos enseña a no reincidir en el voto irreflexivo y simplón. Nos ha costado mucho y nos sigue costando muy caro nuestra tolerancia con el fanatismo, el sesgo y la desvergüenza como doctrina y práctica de los que no supieron honrar el juramento de ser fiel con dios y con la patria.
Los mandatarios de nuestro poder, sean del ejecutivo o desde el congreso, deben quedar bien notificados que el Perú no es un botín del que se puede usufructuar sin medida y de manera impune. El voto ciudadano no es una carta blanca ni convierte al emisor en rehén del funcionario elegido inescrupuloso y ramplón por más bandas y fajines que ostente. La grandeza o el lucimiento de aquellos deben estar bajo el severo escrutinio del soberano que dio su confianza en las urnas.
La honradez en el cargo público no es una palabra polisémica, no admite varios significados, se es o no honrado con sigo mismo y con el país que le confía el cargo. El estado empírico y la banalización del delito que hemos padecido en la última década, requieren con urgencia liderazgo y honestidad.




