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Un enésimo elogio para la selección mundialista es que nos deja lecciones precisas que todos deberíamos poner en práctica. Por ejemplo, le da flujo a su organigrama, algo que resulta vital en el funcionamiento de cualquier empresa.

¿Quién puede dudar que Ricardo Gareca es la cabeza (pensante)? A diferencia de otros entrenadores, a los que algunos jugadores mangoneaban a su gusto, el argentino ejerce ascendencia sin mayor alharaca y ni siquiera Juan Carlos Oblitas osa meterse en su trabajo.

El responsable de llevar su estrategia ganadora a la cancha y propiciar que se cumpla es (obviemos el problema del resultado analítico adverso) Paolo Guerrero, el capitán. La fiereza táctica del “Tigre”, más el estado famélico del “Depredador” del gol, necesariamente tenían que dar buenos resultados.

A este “núcleo de operaciones” se suma “la línea media”, es decir los demás jugadores, la materia prima, donde también se manifiestan liderazgos que pronto tendrán la promoción respectiva. Así, Renato Tapia ya es visto entre sus compañeros como el “Capitán del futuro”. Eso implica que la Blanquirroja por fin tiene visión y misión. Presente y mañana.

Hemos llegado a Rusia 2018 porque, precisamente, le ganamos las Eliminatorias y el repechaje a la informalidad y el padrinazgo que imperaban en la Federación Peruana de Fútbol (FPF). He allí el disimulado mérito de Edwin Oviedo.

No nos alegra que Manuel Burga vaya a ver el Mundial en una cárcel de Estados Unidos, pero gran parte de los 36 años de frustración y ostracismo pelotero se la debemos a él. La hinchada bien puede cantarle al estilo Makuko: “Tu castigo será verme feliz…”.