La inscripción de más de cuarenta partidos para las próximas elecciones generales de 2026 refleja una tendencia regional, resultado de reformas electorales que evidencian un sesgo más ideológico que técnico. Este juicio se sustenta en la concepción del principio de representatividad. Los parlamentos anglosajones tradicionales, como el británico y el estadounidense, se conforman por un sistema bipartidista donde la representatividad subyace más en las ideas que en el número de partidos. Estas asambleas, con una operación idónea y reconocida, se eligen de manera uninominal.

En contraste, la tendencia regional y europea continental es optar por sistemas de reparto plurinominal, lo que produce una fragmentación parlamentaria que complica los consensos necesarios para alcanzar acuerdos. Si la política es la acción humana en favor del bien común, su realización exige una representatividad que permita el debate sobre los problemas que atañen a todos, con el deber de fiscalizar al ejecutivo en áreas como salud, educación, seguridad, fomento al empleo, transporte e infraestructura; para lograrlo, serían necesarios entre dos y cuatro partidos como máximo.

La necesidad de dimensionar el ejercicio de la política en el Congreso demanda una asamblea legislativa capaz de deliberar y tomar decisiones. Por eso, la preferencia anglosajona por construir claras mayorías se manifiesta a partir del debate entre los representantes del gobierno y la oposición en un Congreso unicameral o bicameral, en lugar de un modelo multipartidista repleto de organizaciones políticas tan homogéneas como heterogéneas. Esto sin mencionar aquellas que representan la informalidad e ilegalidad instalada en el país con intereses distintos al bien común.