La consecuencia más trágica para la pervivencia y estabilidad de la sociedad internacional por la pandemia, será una economía planetaria definida por la recesión. ¿Qué significa eso? Pues que los procesos de la movilización productiva entre todos los actores visibles del comercio y las finanzas en el mundo se volverán más lentos, promoviendo un mayor impacto en los países más vulnerables, que suelen ser los más pobres, o si prefiere, en desarrollo, como el Perú. Eso significa, además, que aquellas personas de ingresos bajos serán los más afectados, con lo cual la base de la pobreza volverá a ser tan ancha como en décadas pasadas, retrotrayendo muchos de los pasos dados en los últimos tiempos. Esta realidad está dejando sin liquidez a la gente, es decir, sin efectivo contante y sonante para poder llevar adelante una economía de guerra por la pandemia. La contracción prevista para América Latina por el Fondo Monetario Internacional (FMI) llegaría a -9,1% para este 2020, lo que resultará realmente patético para nuestros países. La recesión podría desesperar a los países muy golpeados por todo lo que a su paso va dejando el COVID-19, y que han venido mostrando importantes márgenes de crecimiento antes de la pandemia, mirándose de la noche a la mañana, realmente en el suelo. Con un escenario económico-social realmente preocupante, donde los que menos tienen ya son los que más sufren, la tranquilidad se convierte en una quimera, creando espacios para los anarquistas, que buscarán capitalizar el descontento popular. La crisis por la pandemia está volviendo más draconianos que nunca a determinados sectores de la sociedad, fracturándola: pensiones de colegios privados y costo de atención en clínicas, por las nubes, creando la idea de un Estado indiferente.