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El doctor Raúl Chanamé Orbe ha tenido la gentileza de obsequiarme su opus magna “La República inconclusa”, un estudio impagable que busca desentrañar las múltiples razones por las que el principio republicano y los ideales de los padres fundadores de este país, en lugar de realizarse plenamente, han sido desvirtuados por la cruda realidad política. Revisando el estupendo texto de Chanamé encuentro esta tesis certera sobre la debilidad de nuestra República: “El Poder legislativo […] ha sido un apéndice complaciente del Poder Ejecutivo. Las facultades delegadas al Ejecutivo lo hizo un legislador de facto, las mayorías parlamentarias adictas al poder han fiscalizado al adversario defenestrado, casi nunca al Presidente en ejercicio”.

En efecto, una de las razones fundamentales para la crisis institucional del Perú es la abdicación del poder de control. El equilibrio institucional solo es posible si los poderes del Estado se ejercen de manera efectiva. Por eso, para legitimarse como poder del Estado, el Congreso tiene que actuar. Si no ejerce el poder constitucionalmente otorgado, si es “un apéndice complaciente del Poder Ejecutivo”, entonces solo le queda prepararse para la extinción política. El poder que no se ejerce, se pierde. El control patriótico que el Parlamento practica es la razón de su existencia. Esta es la razón auroral de todo Congreso eficiente: controlo, luego existo.

Si el Poder Legislativo no controla los excesos del Poder Ejecutivo, entonces prolongaremos innecesariamente la subsistencia de esta República inconclusa. Una República a medio camino, de poderes auto-recortados, de ausencia de control, equivale a un Estado castrado, servil e impotente. Un Estado incapaz de alcanzar la grandeza y el liderazgo en el Pacífico Sur. Por eso, extendiendo el claro razonamiento del Dr. Chanamé, solo queda concluir: las facultades delegadas por un tiempo indefinido convierten al Ejecutivo en un legislador de facto. Y eso, ni jurídica ni políticamente se puede permitir. 

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