A fines de este mes se cumplen tres años del desborde del río Piura y el paso de sus aguas por el centro de la ciudad del mismo nombre a causa del llamado Niño costero, y dos años desde que el presidente tomó el mando del país para de inmediato trasladarse a la zona afectada y expresar su público malestar ante lo poco que se había avanzado durante el primero año posterior a la tragedia que afectó principalmente el litoral norte de nuestro territorio.

Por estos días todos hablan de coronavirus, del nuevo Congreso a punto de asumir funciones y de la popularidad del mandatario, quien incluso pone en agenda la irrealizable aplicación pena de muerte a fin de ganar aplausos. Sin embargo, no debemos dejar de lado la situación crítica que se vive, por ejemplo, en los alrededores de Piura, donde la gente sigue en refugios “temporales” en ausencia de servicios básicos, y falta recuperar muchísima infraestructura.

Desde el Poder Ejecutivo deben de entender que el problema posterior al Niño costero del verano de 2017 no se soluciona transfiriendo recursos a las autoridades regionales y locales, teniendo en cuenta el gran problema que afrontan para ejecutar sus presupuestos. De nada vale que la plata está en cuentas bancarias fuera de Lima y los anuncios rimbombantes, si la gente afectada de Catacaos y Cura Mori no siente los beneficios en su durísimo día a día.

Es una lástima que la eficiencia y rapidez que hubo para paliar la emergencia, principalmente a través de la heroica movilización de militares, policías y bomberos que en su momento el país entero aplaudió y secundó con su solidaridad, no se haya trasladado a la etapa de la reconstrucción que sigue siendo un pendiente por más que en los primeros días de su gestión, el presidente Vizcarra haya mostrado interés en atacar la lentitud en los trabajos.

Antes de desvelarse por pasar a la historia como un mandatario “popular” o como el que cerró el Congreso y se enfrentó a fujimoristas y apristas, el presidente Vizcarra debería preocuparse por reconstruir el norte antes del fin de su mandato en julio del próximo año. Se lo agradecerán las miles de personas que lo perdieron todo y que luego tuvieron que afrontar la pesadilla de la indolencia de un Estado dedicado a mirar a otro lado y caminar silbando con las manos en los bolsillos.

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