“Secretos, impunidad y fortuna de César Acuña”, se lee en la portada del libro “Plata como cancha”, del colega  Cristopher Acosta. Se trata de la historia no contada del empresario y político, más conocido por su poder económico y memes que por sus ideas. Esto no le gustó al líder de APP y enjuició al autor de la obra y a la editorial. En el proceso judicial solicitó el embargo de los bienes de los denunciados que garanticen el pago de 100 millones de soles.

Es notorio que Acuña parte de una posición de poder (económico) y se siente facultado para controlar cualquier situación e imponer el orden que quiere. Creo que busca que la libertad de expresión se adapte a sus deseos. Y desde su fantasioso pedestal parece enviar un mensaje: “si algo se desvía, esto lo arreglo yo”. Por ello, ha optado por una querella como un intento desesperado y vano de revertir su imagen y reputación. La mala noticia para él es que esto que tanto defiende se está viniendo a pique.En todo el mundo, la relación poder-prensa está cargada de tensión, pero solo en gobiernos autoritarios se llega al extremo del veto, la censura y hasta la cárcel. Se combate y bloquea a lo que no sirve a sus intereses. Por el contrario, en democracia se discute, pero no se atropella.

Acuña se ha vendido como un paladín de las libertades. El problema es que está ignorando a la primera de las libertades y garante de todas las restantes. Nos referimos a la libertad de expresión que “abarca a todos los ciudadanos a recoger y difundir información”, tal como está plasmado en el artículo 13 de la Convención de los Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) y que tiene una fuerza incontestable en nuestros países.

Ya es tiempo que baje de la nube prepotente en la que lo subieron sus consultores, abogados y ayayeros y que practique la sensatez, prudencia y tolerancia, que es aguantar lo que a uno no le agrada. De lo contrario, quedará la sensación que no solo quiere callar a un periodista sino a todos los que alteren sus deseos.