Frente a la ineludible recesión en la que nos encontramos necesitamos un shock de inversiones infraestructura -entre otras medidas- para impulsar el crecimiento económico y reducir nuestro gigante déficit de infraestructura en servicios básicos.

En el discurso, la propuesta de un shock de infraestructura suena bien. Lo cierto es que al Estado le cuesta implementar estas medidas por ortodoxia, miedo o miopía, mientras que al sector privado le cuesta creerle. Se perdió la confianza y recuperarla parece ser algo que no sucederá en el corto plazo.

Hemos llegado a una situación en la que para el funcionario público resultar ser “más rentable” el no tomar decisiones o simplemente dilatarlas. Poco espacio tiene hoy la función publica para asumir riesgos y dar soluciones a problemas que se suscitan en el desarrollo de proyectos (como todo en la vida). Es por ello que encontramos muchas obras paralizadas a nivel nacional.

La confianza que necesitamos construir requiere tener un sector público que garantice predictibilidad en su accionar, en el que todos los estamentos del Estado tengan como fin ultimo el ciudadano y no el mero cumplimiento administrativo de un procedimiento. También necesita un sector privado responsable e incorruptible.

Que las turbulencias políticas no nos hagan perder el norte y que los políticos se den cuenta que necesitamos que empiecen hacer política y no gestión de intereses.