La política es un lugar de pasiones, y la victimización un arma muy eficaz y por ello muy utilizada, precisamente, por muchos políticos populistas y oportunistas en todo el planeta. Generalmente, los políticos se victimizan para procurar convencer a la masa que los líderes son los “oprimidos”, las víctimas que defienden los ideales y sueños del “pueblo” en contra de los “opresores”. En sus discursos, estos personajes utilizan la división, calculada premeditadamente, de la población entre los “ellos” y los “nosotros”: “Ellos, los que nos insultan, nos atacan, nos quieren ver fracasar”; “Nosotros, el pueblo, víctima del abuso del poder”. Este tipo de discurso, subliminal, como el que hemos podido escuchar del presidente Pedro Castillo en las recientes entrevistas que concedió a periodistas nacionales y del extranjero, pretende activar emociones como el resentimiento o la lucha de clases, al presentarse como aquel humilde campesino-rondero (desmentido por el propio jefe de los ronderos), que no fue entrenado ni se preparó para ser presidente (por confesión propia) y que hoy pretende justificar sus errores de Estado (voluntarios o involuntarios) por “estar aprendiendo” a serlo. El presidente Castillo pretendió presentarse a la ciudadanía, a través de la prensa, como un hombre del “pueblo”, de ese ideario de “pueblo” en el que se escuda para pretender justificar sus falacias, sus carencias comunicacionales, de razonamiento y de proyección racional hacia la construcción del futuro de millones de peruanos y quizá con ello, pretender que se le tolere un discurso carente de propuestas y de realidad; lo cierto es que este libreto de victimización fue como un tiro que le salió por la culata y puso más bien en evidencia su desconocimiento de política nacional, internacional y desnudó su falta de capacidad política. El relato penoso, entrecortado, irracional y lamentablemente balbuceante del presidente Castillo, carente de argumentos, de visión y de perspectiva, nos lleva a pensar lo irresponsable que puede ser una persona que accede voluntariamente a un cargo para el que sabe, perfectamente, no está preparado y en el que puede poner gravemente en peligro la Nación y la estabilidad y progreso de millones de personas, como resulta ser la presidencia de la Republica. Victimizarse, no es pues suficiente para “pasar piola” en la política y engañar a los ciudadanos de un país. Como escuche por allí: “El primer acto de corrupción que un funcionario público comete es aceptar el cargo para el cual no es competente”.

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