Tras 180 días, el cielo del gobierno de Dina Boluarte aparece con el horizonte más despejado aunque no exento de nubarrones cargados. Hay una sensación de que lo peor ya pasó, pero en un país como el nuestro, los enemigos están al acecho y la demostración de ello es el conversatorio en el que aparecen Verónika Mendoza y Sigrid Bazán en la que la primera advierte que ahora “tomará más tiempo” tumbarse a Dina. Azuzar las muertes durante las protestas sociales, objetivo en el que se mezclaron las huestes proterroristas de Pedro Castillo, los colectivos de izquierda radical, las mafias del narcotráfico y la minería ilegal -que veían caer así sus delincuenciales negocios- fue una estrategia que fracasó pese a los recursos millonarios y el insensible uso de sectores postergados, pero todo este conglomerado, voraz por el poder como lo demostró la corruptela expandida del castillismo, solo ha retrocedido para volver a saltar. Por eso, el régimen de Boluarte, precario políticamente, sin bancada y solo parapetado en esa legitimidad que se le pretende socavar, tiene un margen de error mínimo, peor aún si Perú Libre y sus satélites, con los impresentables Edgar Tello, Guillermo Bermejo o Américo Gonza, por citar algunos de los más saboteadores, se  parapetan en sus curules a la espera de hacerle el juego a “la calle”. ¿Qué debe hacer Boluarte? Combatir la pobreza con ferocidad, lo cual pasa por darle al sector privado la confianza suficiente para renovar sus expectativas. Que la economía empiece a gotear puede ser el inicio indispensable para revertir la tendencia que nos lleva al suicidio de mantener altos los niveles de pobreza. Si las cifras mejoran, el camino se allana, la gente podrá sentir la democracia en el bolsillo y empezar a creer.