En el sistema político estadounidense, existe un período singular tras la elección de un nuevo presidente y su toma de posesión. Durante esas semanas, el mandatario saliente sigue en funciones, aún despacha desde el Salón Oval, pero su influencia política se desvanece a medida que el país enfoca su mirada en el futuro. A esta fase se le conoce como la condición de lame duck, o “pato cojo”.
Lejos de ser una simple etiqueta simbólica, el lame duck representa una transformación real en el ejercicio del poder. Con el final del mandato a la vista y un Congreso que comienza a alinearse con la nueva administración, la capacidad de maniobra del presidente en funciones se reduce drásticamente. Sin embargo, no se trata de un período de inactividad; más bien, es una ventana estratégica en la que puede firmar órdenes ejecutivas decisivas, conceder indultos o adoptar medidas que dejen una huella histórica en política exterior.
El lame duck no es un “limbo burocrático”, es un espacio de negociación y acción simultánea. Los acuerdos de último minuto, impensables en el inicio del mandato, pueden prosperar en este tramo final, cuando los actores políticos ya anticipan el cambio de liderazgo; tampoco es una condición derivada de una convención constitucional, sino un fenómeno natural: un reajuste en el tablero institucional, donde las piezas se reposicionan, cambiando de estrategia y el juego político continúa durante el crepúsculo presidencial.