El sismo de magnitud 7.0 en la provincia arequipeña de Caravelí, y que se sintió en gran parte del país, es un fuerte recordatorio de que el Perú, además de sus constantes crisis económicas, políticas y de seguridad, está sujeto a los vaivenes de la naturaleza y su ubicación en el Cinturón de fuego del Pacífico, una de las zonas más sísmicas y volcánicas del mundo, nos deja una sola gran certeza: un enorme terremoto ocurrirá y lo más probable es que, dado el silencio sísmico, se registre en Lima. Lo único que no sabemos es cuándo.

Precisamente por esto, es necesario ahondar en las labores de prevención, no podemos continuar con una estrategia reactiva. Ya está demostrado que prevenir sale más barato que reconstruir, pero tener un gobierno previsor sería algo inaudito porque los réditos de prevenir no los cosecha quien inicia esta actividad y, como la gestión de turno no se puede usufructuar de ellos, la ciudadanía está condenada a recibir parches en vez de tener una política nacional en previsión de desastres naturales que trascienda gobiernos.

Tras lo ocurrido la madrugada de ayer cabe preguntarnos si las actuales cabezas de gobierno están preparadas para afrontar un gran desastre. Con lo poco que hemos visto en las últimas horas, la respuesta es que solamente contamos con nosotros. Es urgente afinar los canales de comunicacaión entre Lima y los gobernadores y alcaldes, que en buena cuenta son los jefe de Defensa Civil en sus jurisdicciones.

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