Hace unos días, el presidente chileno Gabriel Boric anunció un proyecto de ley para cambiar el actual sistema privado de Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), una reforma que propone al Estado como el único ente que maneje los aportes de los futuros pensionistas, algo que se intentó hacer en nuestro país y que, felizmente, no logró su objetivo. Sin embargo, no todo es alegría.

Fue en la época de los noventas que se copia el modelo chileno de las AFP, frente al fracaso de la Oficina de Normalización Previsional (ONP). Y aún sigue. Por un lado, no conozco pensionista que esté feliz con lo que percibe por este organismo público. Por el otro, hay un descontento de los aportantes al sistema privado porque sienten que en este negocio, cuando las papas queman, la empresa siempre gana.

¿Por qué no se realiza una reforma del sistema de pensiones? Porque hay varios intereses de por medio, en especial políticos y privados. Estoy de acuerdo con diversos economistas liberales, al comentar que cada uno debe saber cómo afrontar su vejez, sin que el Estado imponga verticalmente la decisión de afiliarte sí o sí a cualquiera de los dos modelos que no satisfacen a nadie.

La última vez que intentaron hacer una reforma del sistema de pensiones fue realmente un mamarracho. La entonces congresista Carmen Omonte, de APP, propuso un sistema mixto, una especie de chanchita entre los aportantes de la ONP y la AFP para que, prácticamente, los segundos subvencionen a quienes menos descuentos reciben. Y ese fue el último esfuerzo por mejorarles la vida a millones de peruanos.

Ojalá haya alguien que ponga en debate la mejora del sistema pensionario y no se aprovechen de las benditas pensiones cada vez que haya una tragedia mundial como la pandemia

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