En un diálogo intelectual, Axel Kaiser, presidente de la Fundación para el Progreso, escritor y columnista, planteó al Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, una afirmación provocadora: la existencia de dictaduras “menos malas”, como la del régimen de Pinochet en los años ochenta, en comparación con las todavía existentes en la región. Con esto, insinuaba que algunas dictaduras podrían considerarse preferibles por sus resultados económicos o sociales.

Vargas Llosa respondió de manera categórica, rechazando tanto la pregunta como su premisa, lo que generó el aplauso del público presente en el auditorio. Afirmó que no aceptaba la idea de que haya dictaduras buenas o menos nocivas, pues toda dictadura es, por definición, negativa e inaceptable. Si bien reconoció que ciertos regímenes autoritarios pueden generar beneficios económicos para algunos sectores, subrayó que el costo de la supresión de libertades fundamentales y el deterioro del Estado de derecho resulta intolerable; además, advirtió que el ejercicio de clasificar moralmente las dictaduras conlleva el riesgo de justificar su existencia bajo ciertas circunstancias, lo que resulta incompatible con una visión democrática y liberal.

A pocos días de su partida y con elecciones generales convocadas para abril de 2026, Vargas Llosa nos dejó un mensaje claro: el deber ciudadano de votar con razones sólidas y no impulsados por la sola pasión. Las emociones pueden enriquecer el arte y el amor, pero en política pueden derivar en decisiones destructivas para un país cuando fortalecen un poder estatal sin límites, afectando las libertades individuales y la democracia.