En esta crisis política vivida la fiscalía también ha tenido un rol protagónico. Con o sin intención, también marcó la pauta que terminó con la vacancia de Martín Vizcarra y el posterior estallido de las protestas. El equipo de fiscales Lava Jato, es decir.

Llama la atención el timing de las filtraciones de los aspirantes a colaborador eficaz sobre el caso de Vizcarra como gobernador de Moquegua. Que no se malentienda: el equipo de fiscales debe hacer su trabajo, caiga quien caiga, y si a un periodista o equipo periodístico le llega una información tan relevante como las delicadas de denuncias que hemos visto contra el presidente de la República, pues publicarlo -con el debido criterio profesional- es una responsabilidad y una cuestión natural del oficio.

Pero, insisto: el timing, el sentido de la oportunidad. ¿Recuerdan lo que decían ciertos congresistas en los días previos al lunes 9, el día en que Vizcarra debía presentarse ante el pleno para el debate de la vacancia? Decían: vamos a esperar lo que salga en los dominicales para decidir. Y hubo carne esa noche previa: los mensajes de WhatsApp entregados por un aspirante a colaborador eficaz.

Como si hubiese un juego en pared. Esas últimas dos semanas habían sido prolíficos en filtraciones fiscales -aún pendientes de corroboración- que pusieron a Vizcarra justamente contra la pared, oliendo ya a vacancia. Es cierto, las filtraciones en el Lava Jato no son nuevas. Se han dado desde que el megacaso de corrupción se inició en el Perú. Pero en un inicio, digamos, podían tener una razón de ser: abrir espacios de luz en la penumbra que pretendía imponer el poder político.

Si no había filtraciones, estoy convencido, muchos casos hubiesen podido ser manipulados y entorpecidos. ¿Se puede presumir que aquí las razones fueron las mismas? Vizcarra es justamente quien empoderó a los fiscales de Lava Jato. ¿O hubo otras razones? Las dudas ya han empezado.