A pesar de haberlo pedido, no llega a mis manos, todavía, el último libro de Luis Gonzales Posada. Privado del libro, procedo a hablar sobre el autor, a quien tengo la suerte de llamar amigo desde hace varios años. Lo conocí gracias a la mediación de César Campos, compañero de tantas historias en Perú y España. Desde entonces nuestra amistad ha crecido como crece la sombra de los grandes árboles, fundándose en el humor, la ironía, la inteligencia (una cabeza privilegiada, en su caso) y la honda preocupación por el Perú, nuestro maravilloso tema compartido.

Si la alegría contagiosa hace que todos sus amigos queramos tanto a Gonzales Posada a mí me produce particular admiración su sentido de la amistad y la lealtad. En un país acostumbrado a la medianía en el compromiso, sórdido en los objetivos de las alianzas y ducho en el puñal artero, Gonzales Posada nos ha demostrado que es posible vivir la lealtad máxima con el mayor de los desprendimientos, algo loable desde todo punto de vista.

Así, me conmueve profundamente su devoción por la memoria de Alan García, su defensa numantina sobre el legado del expresidente, el compromiso con el rescate de sus más altos ideales sociales, materializados, para el pueblo aprista, en el segundo gobierno de la estrella. Creo, al margen de los matices del pensamiento, que la historia colocará a todos en su sitio (Robespierre, la sangre de Danton te ahoga) y que algún día la figura de ese Danton peruano que fue Alan García terminará por opacar y ahogar a los pequeños y mediocres Robespierres que buscaron destruirlo en vida y que hoy se baten en miserable retirada.

Felicitaciones, maestro, por este nuevo libro. Cada paso que das es un signo de lealtad y fraternidad y por eso eres tan querido y respetado por todos los que hemos tenido la dicha de cruzarnos en tu camino.