La pandemia del COVID-19 ha convertido al liberalismo económico del siglo XXI en piñata y será muy fácil, achacarle el impacto que viene produciendo por contagiados y muertos a los pueblos del planeta, principalmente a los más vulnerables, que siempre son los más pobres, aunque ya hemos visto que ha sido EE.UU., conocido como el mayor laboratorio del liberalismo económico contemporáneo -esta doctrina económica surgió a fines del siglo XVIII con Adam Smith (Inglaterra), considerado el padre de la economía moderna-, el país más impactado por el coronavirus. Está claro que la pandemia ha activado las alarmas en este modelo económico dominante en el planeta.

Es verdad de que sus Estados promotores no estuvieron preparados para las contingencias sociales para atenuar los daños que viene dejando a su paso el COVID-19, pero tampoco lo estuvo antes de que apareciera este virus que nos ha cambiado la vida, ni lo estuvieron las economías mixtas y las pocas economías planificadas que aún subsisten en el globo.

La pandemia ha sido el perfecto pretexto para que el progresismo mundial haya capitalizado la muerte y la desgracia que sigue dejando a su paso la pandemia -también lo hizo frente a la Revolución Industrial a fines del siglo XIX-, para presentarse ante los países como el abanderado de la sensibilidad humana, por cierto queriendo arrebatar ese derecho histórico a la Iglesia Católica, practicada en la caridad y la evangelización, desarrolladas en su doctrina social.

Eso era lo más fácil. Ahora bien, una verdad inobjetable en contra del liberalismo económico ha sido que los más graves estragos de la pandemia los padecen los más pobres, de tal manera que los ricos o aquellos que lo parezca -o sea las derechas-, han terminado odiados in extremis. El liberalismo económico, partero de la riqueza individual, no es culpable de todo, pero su comportamiento -en lo que va de la pandemia ha renegado de los confinamientos, cuarentenas e inmovilizaciones-, subestimando el impacto sanitario, lo ha llevado a su satanización, capitalizada por el referido progresismo mundial que se presenta ante los pueblos como Robin Hood. No hay que dejarse sorprender: el mejor modelo es la economía social de mercado que no es incompatible con el liberalismo económico.