La pandemia que nos mantiene confinados nos permite reflexionar sobre la libertad y sus límites. No es una cuestión baladí. Es trascendental reconocer los alcances de la libertad porque en función al concepto de libertad que abracemos configuraremos un modelo particular de sociedad. Lo propio de nuestro tiempo es el relativismo evanescente que sostiene que la libertad no tiene límites y que es capaz de desafiar incluso a la realidad. El sueño del hombre sin fronteras, del súper hombre que transforma su voluntad en realidad es el signo de nuestro tiempo. El relativismo que promueve una libertad infinita, autorreferencial y poderosa, ha configurado el mundo posmoderno en el que vivimos. En ese mundo posmoderno ha estallado la crisis del coronavirus desafiando los propios límites de la libertad.

En efecto, la cuarentena nos demuestra hasta qué punto la libertad se encuentra unida a la realidad. La libertad del que cuida a los que ama ejercitando su voluntad en el encierro no es menos libertad que aquella de aquél que, por amor, sale a la calle a conseguir el sustento diario de sus hijos. La libertad se ejerce valientemente en ambos extremos. Pero esa libertad responsable no elimina la realidad. La realidad en la que vivimos es aplastante: un virus nos ha reducido a la mínima capacidad de movilización y dependemos de la solidaridad y el respeto por los demás. Tal vez nunca hemos sido más libres que hoy, porque ahora cuidamos a todos los que queremos pensando en el país.

Se vienen tiempos duros para el Perú. Hemos de entrenar la voluntad en el encierro para libremente elegir el bien común.