Es preocupante -no sorprendente- que el politólogo Carlos Meléndez tenga una visión más clara de la crisis social del país que el propio premier Alberto Otárola, quien en una entrevista para Trome revive el terruqueo para frenar la ola de protestas que inician hoy. Mientras el primero propone que la violencia no llegue a Arequipa, el segundo vela solo por Lima. ¿Es que acaso el resto de las provincias están ya perdidas o no importan?

Hace unos días escuché a unos ronderos del norte del país decir que su plataforma de lucha difiere de sus compañeros del sur, específicamente en que no desean la liberación de Pedro Castillo, ni la Asamblea Constituyente. Ellos solo quieren el adelanto de elecciones porque no ven legítima la gestión de la presidenta Dina Boluarte. ¿Por qué el gobierno no resalta esas precisiones?

Otra cosa que les disgusta a los ronderos, quienes participarán del paro nacional, es que les llamen terroristas, cuando han sido ellos quienes lucharon contra esa lacra, facultados por ley y apoyados por el Estado. Sin embargo, el primer ministro insiste en que el gobierno no permitirá que “el terrorismo se vuelva a instalar en el país”. Entonces, ¿por qué mezclarlos? ¿Acaso pesa más el mensaje comunicacional que la realidad?

Tampoco vamos a tapar el sol con un dedo creyendo que todas las marchas son pacíficas. Lo que hemos visto con las frustradas tomas de los aeropuerto de Juliaca y Cusco definen claramente que las manifestaciones están siendo controladas por personas interesadas en generar el caos, más que llevar una plataforma de justicia social. Será la Fiscalía la encargada de evaluar si la Policía o los pobladores iniciaron el ataque con proyectiles.

Por el bien del país, el gobierno debe ir al rescate del sur, no dejar que el fuego envuelva al resto de provincias, donde los ciudadanos también esperan la presencia del Estado.


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