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“...El frío es bastante sensible, y según algunos, aunque no tan fuerte, es más penetrante que el que se siente en los lugares próximos a las cordilleras. En la costa, el aire húmedo es el que causa el frío y esta humedad pegándose a la cara, manos, etc, para desprenderse es necesario que se convierta en vapores por medio del calor que extrae del cuerpo humano, baja por consiguiente la temperatura de este, siguiendo como efecto la sensación más íntima del frío. Es menor esta cuando llueve, porque en la formación de la lluvia hay desprendimiento de calor de los vapores que se convierten en agua y se templa el ambiente.

El termómetro baja al grado 13, y se reduce a un tercio nuestra transpiración diurna… Julio por lo común es variable. Agosto y setiembre lluviosos...”.

Desde 1806, el precursor peruano, medico, meteorólogo y colaborador del periódico El Mercurio Peruano, José Hipólito Unanue y Pavón, describe como si estuviésemos leyendo cualquier columna actual sobre el clima de Lima, el comportamiento de este, que por su vocación médica lo dirige hacia ella con mucha sutileza y junta dos especialidades que el ser humano siempre las necesitó para protegerse de su entorno y cuidar su interior.

Identificar el problema es importante para poder lograr la solución real. Si partimos de un problema secundario, no esperemos una solución primaria.

Desde hace 213 años, el clima de Lima ha variado muy poco en relación al incremento exponencial demográfico de la Ciudad de los Reyes pese al calentamiento global. Habría que ver las razones y para ello es necesaria la vigilancia, que luego nos llevará más adelante a planear y protegernos de las eventualidades que nos ocasionan muchas pérdidas.

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