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Cuando los principales noticieros de la televisión o algunos de los espacios dominicales nocturnos presentan informes sobre la terrible situación en la que se encuentra la salud mental en el Perú, sus conductores, con ceño adusto y preocupado, lanzan cifras e inmediatamente exigen a las autoridades que tomen cartas en el asunto para que los miles de compatriotas que sufren, por ejemplo, de depresión o ansiedad, puedan superar o controlar esas enfermedades a través de una acción efectiva de los servicios estatales de salud. 

Pero mientras se ponen serios para tratar un problema que pareciera estar aumentando en el país, vemos con preocupación cómo por otro lado en la pantalla chica, en los mismos canales que alguna vez alzaron su voz de protesta por la desatención a nuestros ciudadanos, dan cabida a cierto personaje que a todas luces está atravesando problemas emocionales y de adicción serios, pero que por obra y gracia de la audiencia se convierte en invitada recurrente de programas de televisión que deberían restringir su presencia en aras de contribuir a mejorar su salud mental. Pero al parecer eso poco les interesa: allí no hay seriedad que valga. 

¿Por qué exponer a una mujer (Angie Jibaja) aparentemente bien puesta, maquillada y ecuánime para las cámaras, pero que por dentro, solo al salir del set de televisión, es presa de sus demonios y de sus excesos? ¿Por qué dejarla que, cual ser inimputable, dispare a diestra y siniestra acusaciones y señale con el dedo a quienes ella considera que la odian y no tienen autoridad moral para criticarla? ¿Qué lectura podrían recoger los televidentes de una mujer que necesita ayuda médica y se reconoce a leguas su estado emocional si se le considera como un mero personaje de entretenimiento? 

Por este tipo de decisiones, que podrían parecer inofensivas, el convocar a personajes con estas características en espacios de la televisión, es que quizá el grueso de la población aún considera que, por ejemplo, la depresión es un “estado de ánimo” y no una enfermedad que necesita de diagnóstico y de una medicación. Porque puedes tener a una persona frente a ti aparentemente feliz, exitosa, sin problema alguno, que se ríe de todo, “te hace la fiesta”, pero que en su interior vive un drama y le cuesta pedir ayuda a gritos, y no lo hará hasta cuando quizá sea demasiado tarde. Reflexionemos sobre este asunto. Es en estos tiempos un asunto de vida o muerte.