El país vuelve a enfrentar fenómenos recurrentes y, como siempre, nos sorprenden sin preparación. Lluvias, huaicos, sequías o desbordes, todo se convierte en espectáculo mediático antes que en tema de gestión. La estrategia es vieja: ponerle nombre impactante al fenómeno luego de ocurrido, culpar a la naturaleza y justificar el gasto. Pero la verdadera falla está en nosotros.

En el Perú no hay investigación climática sostenida ni sistemas de alerta sólidos. No existe una línea base seria que permita entender lo que realmente ocurre. Lo que sí abunda son opinólogos y expertos de ocasión que repiten etiquetas sin datos ni análisis.

Mi padre decía que señalar el problema principal te gana enemigos, pero enfocarte en los secundarios te hace perder el tiempo (o ganarlo). Desde principios de mes llueve con fuerza en gran parte del país, y es normal pero recién meses después se van a declarar alertas o las famosas emergencias que abarcan todas las regiones y se rebalsa de las manos.

El Perú es 60% selva, 30% sierra y apenas 10% costa, pero seguimos mirando solo al mar como si todo dependiera de él. La Amazonía y la cordillera son los grandes motores de nuestra variabilidad climática, y sin embargo casi nadie las estudia. La Amazonía es el verdadero radar del país, pero no tiene presupuesto ni voz.

Cada temporada repetimos la historia: se anuncia el desastre, se improvisa la respuesta y luego se archivan los informes. Así, los “fenómenos recurrentes” se convierten en excusas perfectas para tapar la falta de gestión en todos los niveles.

Lo que sobra en el Perú no es lluvia, es irresponsabilidad. La naturaleza hace lo que tiene que hacer. Ya es hora de dejar de jugar con fenómenos recurrentes y empezar a estudiar de verdad. Los discursos ya no alcanzan.