Siempre he pensado que en las primeras vueltas se escoge, mientras que en las segundas se desecha. Una primera vuelta nos permite elegir entre varios candidatos y optamos por quien nos genera más simpatía. Decidimos en un escenario abierto. La segunda vuelta nos obliga a concentrarnos en un escenario cerrado: solo dos opciones. Y si ninguna nos gusta, no queda más remedio que aliviar el dolor eliminando lo que menos nos apetece.

Esta elección nos obliga a cambiar un poco ese chip y entrar desde la primera vuelta a desechar antes que escoger. Porque me resulta claro que no estamos eligiendo entre candidatos. En realidad, nos enfrentamos a un escenario cerrado donde la dinámica del proceso actual nos ha llevado a solo dos opciones: o votamos por la continuidad del modelo económico -con mejoras y ajustes, seguramente- dentro del marco de la Constitución de 1993, o votamos por dejarlos de lado y reemplazarlos por un modelo alterno -gaseosamente definido, pero con claros visos que podemos identificar en experiencias concretas, incluso ya aplicadas en nuestro país en las décadas de 1970 y 1980- que tendrá que ser amparado por una nueva Constitución necesariamente.

Hay candidatos que representan ambas posturas. Varios, más de uno de cada lado. Los conocemos. Y todos podemos elegir libremente, pero siempre entendiendo que no estamos escogiendo solo un mandatario. Estamos eligiendo un camino de desarrollo. Ninguna decisión será perfecta y siempre encontraremos, sin mucho esfuerzo, rasgos que nos molesten o incomoden de un candidato o de alguien de su entorno. Pero así como los adultos se diferencian de los niños en que actúan no a base de lo que les gusta sino de lo que les parece mejor para ellos y los suyos, dentro de sus posibilidades, así mismo las sociedades maduras eligen mandatarios de acuerdo con lo mejor para su desarrollo, estabilidad y progreso sostenidos, dentro de lo que hay disponible. Veamos si hemos dejado de ser un país adolescente.

TAGS RELACIONADOS