GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Mis primeros recuerdos del fujimorismo no son precisamente para atesorar en un álbum con figuritas. Yo llegaba al diario donde fungía de practicante y lo primero que vi fue una tropilla de militares revisando las pantallas o máquinas de escribir donde los periodistas intentaban concentrarse. Fue una visión humillante. El día anterior el presidente Fujimori había dado un golpe y todas las instituciones democráticas fueron tomadas por militares como los que hoy veía.

Los siguientes recuerdos me traen las imágenes de agentes vestidos de civil que venían al diario de visita para conversar con mi jefe, el director de uno de los suplementos. Parecía una visita informal y buena onda hasta que nos iban soltando que todo lo que escribíamos era revisado por una especie de comité de buenas prácticas de redacción. La cosa no quedaba ahí. Hasta la casa de dicho director llegaban personas a insinuar ligeras simpatías con la subversión. Mi maestro los escuchaba y cuando se retiraban apagaba su cigarro y me decía: son agentes encubiertos.

Todo parecía justificado para derrotar al terrorismo. Pocos escuchaban las primeras evidencias de que esto era más que un país en estado de emergencia. Era una poderosa maquinaria que empezaba a adueñarse de todo. Y sin embargo llegó la victoria fujimorista del 95 casi unánime. No importaba si los colegios que se construían por doquier se caían a los pocos años. Se dictaminó la derrota del terrorismo y los asentamientos humanos bautizados como Alberto Fujimori o Susana Higuchi o los pueblos más alejados de la selva aplaudían de pie porque les habían hecho creer que la construcción de una carretera o el levantamiento de una posta se debían a la generosidad del presidente y no precisamente a su mera labor como gobernante.

Es probable que la señora Keiko Fujimori tenga buenas intenciones. Pero la historia nos ha dejado una lección que por lo menos debemos tener en cuenta.