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Levanten la mano si últimamente han oído a algún político decir: “¡Enfoquémonos en las cosas que importan!”. Ahora: díganme si, en efecto, los han escuchado discutir sobre estas “cosas que importan”.

El Estado existe para defender y garantizar los derechos de los peruanos. Necesita ser capaz de asegurar ciertas condiciones para que nos podamos desarrollar en paz: salud, educación, seguridad y justicia. Para todos los peruanos. Sin importar en dónde nacemos. Pero está un poco lejos de cumplir con eso, ¿o no?

Vayamos dos pasos atrás y pensemos en las cosas que importan hoy e importarán en una década… como que a los 18 años no puedas ir a la universidad porque tienes los conocimientos de un niño de tercer grado. Importa que te mueras de una diarrea porque no hay una posta en donde vives. Importa que no tengas más opción que armarte para defender tu propiedad y tu vida, porque nadie más lo hará por ti. Importa que no puedas recurrir a la ley para denunciar una injusticia en tu contra, porque en donde vives no hay quien la haga llegar.

No hay mayor demostración de negligencia que tener poder y no saber qué hacer con él. Es una falta de respeto para aquellos cuya vida depende de que ese poder se canalice hacia los fines indicados. Este gobierno no ha logrado hacerlo. No sé si sabe cómo. Y yo siento vergüenza. El Perú no es Lima. La historia no se teje desde la manzana que abarca Palacio y Abancay.

Porque oír a un anciano asháninka en Chiquireni comparar el sufrimiento que atravesó en los años que estuvo secuestrado por terroristas de Sendero Luminoso con el sufrimiento que vive hoy es desgarrador. Goza de libertad, pero está enfermo y no tiene acceso a la salud básica que el Estado debía otorgarle. Esto me llena de frustración. Me inunda de rabia. Tengo ganas de decirle que las cosas van a cambiar.

¿Pero van a cambiar?