Esta semana se cumplieron 25 años del 5 de abril de 1992, el día en que Alberto Fujimori cerró el Congreso. Con los años, se convirtió en un parteaguas de la política peruana. Pero más allá de lo que cada quien piense de las decisiones tomadas esa noche, dos hechos irrefutables asoman desde el frío análisis político. Un hecho es que el Perú jamás volvió a ser el mismo. Si Vargas Llosa se preguntó alguna vez en qué momento se jodió el Perú, sin obtener respuesta, el momento en que se recuperó el Perú sí tiene fecha y hora en ese día del autogolpe. Y aunque nos gustara o no en ese momento, lo concreto es que las consecuencias que sobrevinieron a ese día fueron producto de esa decisión dramática. 

Otro hecho es que cada año que pasa, el 5 de abril se recuerda por más y más peruanos. Desde los que aman a Fujimori hasta los que lo repudian. Y esto habla de su legado. Para ponerlo en contexto: ¿alguien recordaba en 1980 el 3 de octubre de 1968?La política no es ni fue jamás terreno para la santidad. No esperemos ángeles en quienes depositamos la confianza de lo público. Pidamos la mayor honestidad posible y exijamos la mayor eficacia, pero no perdamos la perspectiva. Los procesos políticos son como los proyectos empresariales: para valorizarlos, hay que ponderar sus activos y pasivos. Al menos, si queremos ser justos.

El Perú del último cuarto de siglo poco tiene que ver con el de las crisis que azotaron los sesentas, setentas y ochentas. Y hay una nueva generación de peruanos citadinos para los que, simple y llanamente, quienes padecimos esas décadas perdidas somos prácticamente nativos de otro país, que pensamos cosas de otras realidades muy distintas a la de ellos. Creen que el Perú siempre fue así, pero no fue así. Quizá algún día entiendan que ese nuevo Perú, del que hoy disfrutan, nació hace 25 años.