El más cerebral diplomático estadounidense del siglo XX, Henry Kissinger, cumple hoy, 97 años de edad.

Nacido en Furth, Alemania (1923), y de origen judío, nacionalizado estadounidense en su juventud, el otrora laureado secretario de Estado durante el segundo gobierno de Richard Nixon (1972) -durante el primero (1969-1972), fue su consejero en Seguridad Nacional y lo mantuvo incluso, a la renuncia del presidente republicano por el sonado caso de Watergate (1974)-, ha pasado a la historia de las relaciones internacionales y de la política internacional, por sus trascendentes contribuciones para allanar el camino de EE.UU. que, casi una década después del final de su participación gubernamental (1977), logrará la hegemonía unipolar en el mundo.

En efecto, Kissinger, un hombre habilísimo que conoció como nadie de inteligencia, seguridad y la defensa durante gran parte de su vida profesional, y que incluso, hasta ahora en la etapa bastante senil de su vida, no ha dejado de ser consultado por las administraciones posteriores de la Casa Blanca, por su hazaña para desplazar a la Unión Soviética promoviendo a China, se convirtió en el gurú de la diplomacia de su país.

Kissinger es el mejor ejemplo de que un Estado jamás debe prescindir de sus hombres pensantes, de aquellos que ven en un museo, más que solamente colecciones pictóricas, pues cuando todo el país se hallaba concentrado en la caída de Nixon, el autor de la afamada obra “Diplomacia”, seguía inmutable moviendo las piezas del ajedrez que diera poder descomunal a EE.UU., y del cual enseñó a nunca descuidar su frente externo, manteniendo intacta su influencia estratégica planetaria.