Están muy equivocados Dina Boluarte y su hermano Nicanor si creen que el apellido que comparten como hermanos tiene algún futuro político. La presencia de ambos en el poder -sí, de ambos- obedece a una serie de factores que solo se dan en el Perú y que se generaron
con el triunfo alucinantemente inesperado de Pedro Castillo y su posterior caída, embalsamada de corrupción y untada de golpismo. El mérito de la exempleada de rango menor del Reniec es haber acertado con incrustarse en un partido por el que nadie daba un medio pero que tuvo a su favor, en su camino, el inconmensurable apoyo del partido
más apabullante y odiador del país: el antifujimorismo. Por eso, parece una pérdida de tiempo y energías de los hermanos Boluarte la pretenciosa obsesión de crear un partido político para volver a detentar, en el futuro, este poder efímero que mal llevan, mal usan y malgastan derrochando una oportunidad histórica y una ocasión única sin darse cuenta que las neuronas no les dan más que para sacudir las plumas de su ego como si fueran el único pavo real del gallinero. No les da más que para usar a los prefectos y subprefectos del país en su nefasta cruzada de recolectar firmas con el fin de inscribir a Ciudadanos por el Perú (CPP) como partido político bajo presiones y amenazas. No les da más que para seguir manteniendo a Nicanor bajo la alfombra y sosteniendo a ministros indeseables como Óscar Vera en Energía y Minas. No les da más que para observar su brújula desorientada sin entender si les dice que vayan al centro, a la izquierda o la derecha porque no hay tierra a la vista y al sacar sus binoculares solo observan en el horizonte su propia angurria de poder.