Los cañonazos del 2 de mayo
Los cañonazos del 2 de mayo

CARPE DIEM 

Hoy toca batallita y como es larga, vamos de frente al grano.

Eran las 11 y 50 de la mañana cuando la escuadra española inició con tres disparos el bombardeo del puerto de Callao luego de salir de su fondeadero en la isla San Lorenzo. En la costa, baterías, trincheras, fortines y torres artilladas esperaban pacientes. Sus cañones en silencio. Eran 53 bocas negras, con los sacos de pólvora dentro del ánima, las mechas encendidas, los músculos tensos de sus servidores, esperando poder contestar el fuego con fuego, la muerte con la muerte.

“Justifiquemos nuestra causa”, fue la respuesta del ministro de guerra y marina José Gálvez, cuando se le preguntó porque no disparaban, con el invasor ya dentro del alcance de nuestras baterías. El cajamarquino estaba recostado sobre uno de los dos cañones Armstrong de la Torre de la Merced, en el castillo del Real Felipe.

Los europeos estaban disparando sobre el puerto, un objetivo civil que era castigado como escarmiento a la ex colonia que no se dejaba meter miedo. "Peruanos, hace cuarenta años flameaba en las fortalezas del Callao la bandera española. Nuestros padres la hundieron en los mares después de haberla humillado en los campos de Junín y Ayacucho. (…)Cincuenta cañones defienden contra trescientos el honor nacional. Ellos tienen la fuerza; nosotros la Justicia...”, había dicho la tarde anterior el presidente Mariano Ignacio Prado, y vaya que estaban defendiéndose.

El sol de mediodía brillaba y marcaba el sudor en la frente de los artilleros, cuando el Cañón del Pueblo realizó el disparo con el que los chalacos anunciaban su entrada en el Combate del Callao, el Combate del 2 de Mayo, como nos lo enseñan en el colegio. Una jornada como hoy hace 150 años.

La pesada bestia era un cañón Blakely de 14 toneladas de peso que arrojó sobre la escuadra invasora de España un proyectil con carga explosiva de 225 kilos (226.8 para ser exactos a la conversión británica y por eso se le llamaba cañón de 500 libras). Había sido instalado en la playa por los propios vecinos del puerto cuando se anunció que habría pelea.

Hacía apenas un mes, el 31 de marzo, les españoles habían bombardeado el puerto chileno de Valparaíso, que ardió sin poder defenderse. En apenas un día y medio de trabajo los vecinos montaron el cañón que llegaba justo a tiempo para el combate. El entusiasmo pudo más que la preparación. Ese único disparo desmontó el arma de sus cureñas y lo dejó inservible el resto de la jornada.

El fuerte Santa Rosa y sus 10 cañones, incluyendo dos buenos ejemplares navales de 500 libras, se enfrentaban en un duelo mortal con las fragatas blindadas Numancia, Resolución y Blanca, de la I División del capitán de navío Castro Méndez Nuñez.

Un disparo del monitor Loa se llevó la baranda del Numancia, que al ser el buque insignia llevaba al comandante general de la Escuadra. El tiro se llevó la baranda y también el brazo del comandante Méndez Nuñez, que se fue a la enfermería con 9 esquirlas en el cuerpo.

La Torre Junín intercambiaba furiosos disparos con la fragata Villa Madrid y la Almansa hasta que pasadas las 12 y media sus cañones Armostrong dejaron de hacer fuego, aunque este dato proviene de fuentes españolas que no he podido contrastar.

A las dos de la tarde un disparo directo de la fragata Blanca contra la Torre de la Merced dio contra el depósito de pólvora y la hizo –literalmente- volar por los aires, matando a 41 hombres, entre ellos al ministro Gálvez.

Diez minutos después el Fuerte Santa Rosa llenó de agujeros a la Blanca y dejó herido a su comandante con un tiro que mató a ocho hombres. Desde el Fuerte Ayacucho, un disparo de 500 libras le abrió un hueco de casi 5 metros al casco de madera de la Berenguela que peleaba en solitario contra este fuerte y la batería Pichincha, luego de (aparentemente) silenciar a la Torre Junín.

Se imaginan eso. Ministros, políticos, vecinos, soldados, todos en la playa, peleando por no perder nuestra independencia. Loas huellas están todavía allí, dos torres de artillería y un obelisco, rodeado de las balas de cañón que se dispararon aquel día. El real Felipe con la Torre del Homenaje y la Torre de la Merced aún montando sus cañones desafiantes al horizonte.

Con la caída del sol el combate también finalizaba. Ambos lados se han dado la victoria para sí mismos. No hubo naves hundidas del lado español, pero se retiraron del alcance de los cañones nacionales, según (dicen ellos mismos) porque se quedaron sin municiones tras un día entero de combates. El lado peruano acusó un alto número de bajas, entre 200 y 300 y la destrucción de la Torre de la Merced, aunque desde el Callao no se dejó de hacer fuego hasta el final de la contienda.

El tema es que al día siguiente, cuando todos se preparaban para un segundo día de combates… no los hubo. Y mucho menos intentaron bobardear el puerto chalaco. Tras reparar sus averías y enterrar a sus muertos en San Lorenzo, donde siguen hasta hoy, la llamada Expedición Científica se regresó a la península, donde –lo que volvieron- fueron recibidos por todo lo alto.

Curioso lo de la fecha, 2 de Mayo. Me imagino a los marinos de por allá diciendo, hey, vamos a celebrar nuestro día de la independencia machacando un poco a estos levantiscos, para que no se olviden quién manda aquí. Y ya ven, al final nos terminaron cimentando nuestra propia independencia. O eso queremos creer.

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