Napoleón Bonaparte, es el personaje más relevante de la historia europea o si prefiere de la historia universal de Occidente de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Un día como hoy, hace 205 años, emprendió desde la isla Elba (Sur de Italia) donde se encontraba desterrado (1815), inició el retorno a la Francia que lo vio autoproclamarse emperador (1804) en el marco de una ceremonia apoteósica en la histórica y emblemática catedral de Notre Dame de París, actualmente en proceso de restauración luego del incendio de abril de 2019.

Napoleón había hecho todo al revés. En efecto, mientras a los franceses del denominado Estado Llano -burguesía- le había costado en su historia nacional deshacerse del absolutismo y despotismo monárquicos gracias al iusnaturalismo difundido por la Ilustración con figuras célebres como los filósofos Montesquieu, Rousseau y Voltaire y los enciclopedistas D. Diderot y J. d’Alembert, lo que desencadenó la universal Revolución de Francesa de 1789, sepultando el derecho divino y las pretensiones de quienes se creían con derecho a reyes y emperadores para trasladar la soberanía al pueblo, a Napoleón los aires imperiales no lo dejaron hasta el final de su vida. 5 años antes de su coronación, en 1799, había llegado al poder luego de perfilarse entre los miembros de un triunvirato que manejó a su antojo, por el denominado Golpe del 18 del Brumario (9 de noviembre de ese año).

Napoleón luego de haber vivido etapas gloriosas con sus grandes campañas de conquista por Europa y África y de modificar el tablero geopolítico del viejo continente -por ejemplo lo que pasó a España con la invasión napoleónica jugó a favor del proceso emancipador e independentista en América- daría paso a su decadencia y derrota final. Pero Napoleón no era fácil de doblegar. Escapó de Elba y regresó triunfante a París el 20 de marzo de 1815. No tuvo el apoyo político que creyó. Enfermo y debilitado, fue derrotado en Waterloo por las potencias europeas decidas en acabarlo. Percatados de su huida, fue detenido y para asegurar que debían deshacerse plenamente del Gran Corso, lo conminaron a la remota isla Santa Elena en el corazón del Atlántico, lejos de las costas africanas, donde terminó sus días solo y olvidado en 1821.

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