Es comprensible, dentro de la de democracia, que un partido político que llevó a un candidato a convertirse en presidente pretenda tener parte en el gobierno. Digamos que es natural, además. Pero lo que pasa con Pedro Castillo y el partido que lo llevó a Palacio de Gobierno rebasa eso y pone en un estado calamitoso la gobernanza. Y esto por una sencilla razón: los cuadros de Perú Libre, el partido de Vladimir Cerrón, son sencillamente impresentables. Por lo menos aquellos que se han visto llegar al gobierno, hasta ahora, son para llorar, con un rosario de denuncias y con escasa experiencia y capacidad.

Y no, no se trata de discriminar a quienes provienen del campo o del Perú profundo. Quien escribe estas líneas ha criticado en más de una oportunidad, desde esta misma columna, el clasismo y racismo que muchas veces se ha visto en estos meses, para ser más precisos desde que Pedro Castillo llegó a la segunda vuelta y luego ganó la presidencia. Sí, ha habido también algo de clasismo y racismo encubierto en ciertos cuestionamientos de parte de un sector. Pero si miramos con dos dedos de frente, yo preguntaría: ¿cuál de los cuadros puestos por Cerrón en el gobierno da la talla? ¿Podemos mencionar uno al menos, uno nada más?

Me resisto a creer que el Perú profundo sea en gran medida como la congresista Portalatino o como el expremier Bellido. Hombre, habría que tener ya pocas esperanzas si así fuera. ¿Acaso los mejores profesionales de las provincias son como Hernán Condori, el vendedor de sebo de culebra que hoy está sentado en el sillón ministerial del Minsa? Ser del campo o de provincias no basta. Como ser limeño privilegiado y de buena universidad tampoco.

El problema es que quieren romper una supuesta argolla con otra, una argolla de joyones cuya diferencia es que provienen de otras partes del país. El señor Cerrón siempre defiende a los cuadros suyos con ese prurito de la procedencia. ¿De verdad con esos cuadros pensaba hacer su revolución?