Todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos y por tanto, dotados como estamos en razón y conciencia, debemos comportarnos fraternalmente los unos con los otros. Todas las personas somos iguales, sea cual sea nuestro origen, etnia, color, sexo, idioma, religión, opinión política o cualquier otra condición. Todo individuo tiene derecho a la vida y a la libertad, Todos somos iguales ante la ley y tenemos, sin distinción, derecho a igual protección ante ella.… y así, podemos continuar con la lectura de un largo listado de “Derechos humanos universales”, recogidos en 30 artículos que ratificó la Asamblea General de la ONU allá por el año 1948. Ayn Rand señalaba que “La minoría más pequeña del mundo es el individuo”. Por ello, los derechos universales son genéricos y se refieren a todos los seres humanos por igual, sin ningún tipo de distinción. Los derechos humanos tratan sobre la dignidad y el valor de la gente.

Sin embargo, en pleno siglo XXI, nos encontramos viviendo un periodo de victimización en el que más pareciera prima la exigencia y el peso de derechos para unos en desmedro de otros, derechos singulares por sobre derechos generales. Se exige todo tipo de derechos, pero no se enuncian con igual vigor las obligaciones, que tienen también los seres humanos. Y así, nos encontramos con una enorme, nueva y selectiva lista de “nuevos derechos”, que lejos de mantener la igualdad, pretenden elevar espacios de poder que minimizan en la misma proporción, responsabilidades y obligaciones por doquier y nos olvidamos -como leí recientemente- de detalles tan elementales como que a un niño no se le debe enseñar a respetar a un gay, se le debe enseñar a respetar a todos; que a un niño no se le debe enseñar a no insultar a un negro, se le debe enseñar a no insultar a nadie; que a un niño no se le debe enseñar a no maltratar a una niña, se le debe enseñar a no maltratar a nadie. El problema en nuestras sociedades modernas, no lo tienen los niños, lo tienen aquellos que hacen las “diferencias” sobre los derechos y respetos con los cuales educarlos. La piedra angular de toda declaración de derechos humanos la constituyen los principios de “no discriminación y participación efectiva” de todos los individuos (sin distinción alguna) en la sociedad. Muchos, como aseguraba el escritor y político argentino Arturo Jauretche, ignoran que la multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras que perder privilegios, provoca rencor.