Los peruanos estamos profundamente decepcionados de nuestra clase política. Lo repetimos a diario y lo expresamos en cada elección: pedimos renovación, exigimos nuevas ideas, clamamos por liderazgos que estén a la altura del país que soñamos. En este clamor colectivo, depositamos nuestras esperanzas en los jóvenes. Creemos que, por estar más informados, por tener menos tolerancia a la corrupción y por mostrarse críticos, ellos serán los rebeldes que impulsen el cambio que necesitamos.

Pero la realidad nos golpea con un dato alarmante. Según una encuesta de Datum, el 65% de los jóvenes peruanos entre 17 y 23 años no desea participar en política. Aún más preocupante: el 62% está poco o nada interesado en los asuntos políticos y el 80% jamás ha realizado alguna actividad política. En otras palabras, mientras pedimos un relevo generacional, quienes podrían encarnarlo están optando por mantenerse al margen.

Así, la historia amenaza con repetirse. Las mismas caras seguirán girando en torno al poder, reciclándose en cargos y discursos vacíos, sin que surjan nuevas voces que representen una visión fresca, ética y transformadora.Atrás quedaron los tiempos en que los jóvenes eran protagonistas del cambio. El siglo XX nos dejó ejemplos notables: los movimientos estudiantiles, las juventudes políticas y líderes como Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui o Fernando Belaunde, quienes desde jóvenes se comprometieron con el país y dejaron una huella profunda.

Hoy, en cambio, los jóvenes parecen estar hastiados, desencantados por la corrupción y la ineficacia que han visto una y otra vez. Aborrecen tanto la política tradicional que prefieren no compartir escenario con quienes la encarnan. Han optado por la distancia, por el silencio, por construir desde otros espacios menos contaminados.

El país los necesita. Con urgencia. Con sus ideas, su integridad y su inconformismo. No basta con rechazar lo que existe: es hora de reemplazarlo. Si los jóvenes siguen ausentes, otros ocuparán ese espacio, como siempre. Y seguiremos atrapados en un círculo vicioso de desilusión y desencanto.