Los héroes del silencio
Los héroes del silencio

No sé a cuántas personas conozcan ustedes que estén dispuestas a recibir un balazo -o varios- para defenderte. Sin siquiera conocerte, solo porque es lo que toca, lo que a sus ojos está bien. Defender o cuidar la idea de país, o de nación, de sentido de pertenencia. De ellos como parte del nosotros. Yo conozco a unos cuantos de esos. Y me alegra haberlos conocido.

Durante las últimas semanas de enero estuve entrevistándome con veteranos de la Guerra del Cenepa. Han pasado 20 años desde el caluroso verano del '95. Algunos incluso, cuando les mencionaba el motivo por el que los buscaba, se quedaban sorprendido. Veinte años, me decían, qué bárbaro. Qué jóvenes, o qué impetuosos, qué diferentes éramos.

Los veteranos a los que entrevisté ahora son altos oficiales, o disfrutan del descanso del retiro, y muchas de las historias que me contaron ellos, -o que me refirieron amigos suyos, o gente que trabajó con ellos en esas incursiones entre el barro y la jungla, o sobre los cielos a 800 kilómetros por hora- son realmente espeluznantes.

Cómo puedes imprimir sobre el papel el miedo a que un misil te desintegre, te vaporice, y no deje de ti más que el recuerdo. Las cábalas de no tomarte una foto antes de salir de misión porque esa podría ser “la última foto”, la que pongan junto a tu casco y tu fúsil en recuerdo del que no volvió.

Apretar los dientes y cruzar un arroyo persignándote mentalmente para que el cauce no tenga minas, o un tirador emboscado no desparrame tus sesos sobre el soldado que marcha detrás tuyo. Juntar el ánimo para ser tú el que se lo haga a ellos primero. Que sea su mamá la que llore y no la tuya. Rogar para que el tiro que te alcance te deje muerto al instante, en vez de tuerto, cojo, manco o tetrapléjico, como a tantos otros. O simplemente loco. Ido. Nunca más aquí.

Despertar en tu cama con sudores fríos, gritando mientras soñabas que te rocketean en Ciro Alegría, te ametrallan en Cueva de los Tayos, tus piernas vuelan en la Cota 1325 o recibes fuego de francotiradores en la Batalla de la Montaña. Amigos uniformados que he hecho en mi vida me cuentan siempre impresionados, que pocas cosas hay más terribles que los pacientes con psicosis de guerra. Su cuerpo volvió a casa, pero en realidad se quedaron allá, me dicen. Ellos nunca regresaron. Su condena es estar allí cada día y cada noche.

Y luego los vez en las fotos. No a los oficiales. A los soldados. Tenían la misma edad que yo, 17, 18 años al momento de estallar la Guerra. Con pantalones cortos y camiseta camuflada, con esa tierna vincha sobre la frente que dice “Comandos”, que te hace acordar a las que usan los niños para disfrazarse. Que eran casi niños ellos también. Los defensores de la patria.

Los de mi generación recordamos ese verano del 95 el miedo de la leva. Los rumores; el temor de que al ir a canjear la Libreta Militar terminaras en un avión con rumbo al norte. Acuartelado y con tu FAL listo a batirte en la frontera. Cuántos estaban dispuestos a hacerlo. Cuántos se aferraban al certificado de estar cursando estudios superiores para no acabar en la rifa. Cuántos envidiarían nuestra condición de estudiantes, que podíamos darnos el lujo de ver la guerra por la tele.

Esas imágenes. Levantando sus armas victoriosos, felices, seguros de su victoria. ¡Victoria, victoria! A los guerreros de nuestro Perú, que ofrendaron su sangre y la vida, en defensa de su integridad. Así dice la canción de Los Gigantes del Cenepa. Si pueden vean el video. El padre del bravo Marko Jara, dando la despedida a su hijo, muerto mientras encabezaba un avance del Batallón de Comandos N°19. Los soldados cargando un ataúd anónimo, con una cartulina escrita a mano que decía “murió defendiendo la Patria”. Punto.

Y luego vas a un desfile de Fiestas Patrias y ves a esos mismos muchachos, en otros cuerpos, con el mismo corazón, marchando orgullosos. Convencidos de que está bien morir por el país. Y que es al final lo único que está bien. Aunque a sus camaradas del Cenepa los mandaran de vuelta al Huallaga a pelear con los terroristas, no bien se firmó la paz con Ecuador. Aunque no tengan monumentos, ni plazas, ni especiales en la televisión entre chisme y chisme.

Aunque hayan pasado 20 años y ya nadie se acuerde de ellos. Aunque ellos pudieran recibir un balazo, y tú no.

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